domingo, 29 de marzo de 2020

Medios y estereotipos


“Medios de comunicación y construcción de estereotipos de género”


Los  invito a leer un texto de la autora Virginia García Beaudoux en el que analiza cómo los medios de comunicación colaboran en la difusión y el sostenimiento de estereotipos acerca de lo que debería ser un líder político y cómo esto constituye una "trampa" para las mujeres políticas.
García Beaudoux, V. Influencia de la televisión en la creación de estereotipos de género y en la percepción social del liderazgo femenino. La importancia de la táctica de reencuadre para el cambio social. Universidad de Buenos Aires, Argentina; Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, Buenos Aires, Argentina.

Participación política y derechos de las mujeres

VIRGINIA GARCÍA BEAUDOUX nos contará sobre el lugar que ocupan las mujeres en la política, cómo logran insertarse en este mundo tradicionalmente masculino y las desigualdades que aún persisten en pleno siglo XXI incluso en los países con mayores niveles de equidad.





Luego de leer el texto y visualizar el video…

En el video, Virginia García Beaudoux asegura que aún en el siglo XXI las mujeres continúan siendo afectadas por una gran desigualdad en el ejercicio de la política en todos los niveles y en todos los países de la región latinoamericana. ¿Cuáles son los obstáculos más comunes que ella describe? 
Seleccione una:
a. La falta de financiamiento para sus campañas electorales y dificultades para integrar las listas.
b. La falta de confianza en el liderazgo femenino.
c. Se considera que las mujeres no suman.

¿Cómo explica la especialista que un grupo que constituye la mitad de la población del mundo, representada por las mujeres, no ocupa también la mitad de las posiciones de poder y de influencia política y económica? 
Seleccione una:
a. Porque no es necesario que las mujeres ocupen esas posiciones.
b. Porque las mujeres no están capacitadas para ocupar esas posiciones.
c. Porque se impone el estereotipo que indica que el liderazgo es masculino.



¿Cuáles son los obstáculos que aún en los países denominados como “paraísos de la igualdad” encuentran las mujeres en el campo político? 
Seleccione una:
a. El “techo de nirvana” y los dobles estándares.
b. Que la paridad numérica no es suficiente, que siguen existiendo dobles estándares y que operan los “techos de nirvana”.
c. El techo de cristal, las paredes de cristal y el “techo de nirvana”.

¿Cómo explica Virginia García Beaudoux en su texto la influencia que los medios masivos de comunicación, sobre todo la televisión, tienen en la construcción de estereotipos que perjudican el liderazgo femenino?
Seleccione una:
a. Porque debilitan la imagen de la mujer.
b. Porque no aparecen.
c. Porque refuerzan los estereotipos de género.



»         Buscar información en las redes sobre la problemática planteada por la autora (situaciones políticas, estereotipos en los medios de comunicación, etc.) Desarrollar el ejemplo seleccionado e indicar el link (es posible realizar una captura de pantalla o agregar la imagen del artículo o audiovisual)
  
  
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Infuencia de la televisión en la creación de estereotipos de género y en la percepción social del liderazgo femenino. 
La importancia de la táctica de reencuadre para el cambio social

Virginia García Beaudoux
Universidad de Buenos Aires, Argentina.


Introducción

¿Qué son y por qué importan 
los estereotipos de género? 

Los estereotipos de género han sido identifcados como una de las
principales causas por las que las mujeres enfrentan más obstáculos
que los varones para alcanzar puestos directivos y de alta responsa-
bilidad (Molero, 2004). En el ámbito político, existe una marcada des-
igualdad desfavorable a las mujeres en la ocupación de posiciones de
liderazgo. Según datos recientes de la ONU, al 1.° de enero del 2014, eran
mujeres solo el 21,8% de los parlamentarios de nivel nacional, el 17%
de los ministros de gobierno y el 5,9% de los jefes de Estado del mun-
do entero. El sexismo, además, se pone en evidencia al observar otros
indicadores, tales como que la mayoría de las mujeres que son minis-
tros, están a cargo de sectores como educación y familia. En muchos
sitios, las mujeres manifestan tener conciencia de esta situación: en el
Eurobarómetro del año 2009, el 77% de las treinta y cinco mil mujeres
entrevistadas en países de la Unión Europea opinó que la política está
dominada por varones.
En buena medida, el origen de esa inequidad se sustenta en la asocia-
ción del liderazgo político con rasgos atribuidos al estereotipo masculi-
no. Cuando a las personas se les pregunta cuáles son las características
que defnen a un buen líder, la respuesta más frecuente incluye un lis-
tado de rasgos estereotípicamente masculinos (dureza, ambición, racio-
nalidad, agresividad, competitividad). Esas cualidades son opuestas a las
típicamente adjudicadas al estereotipo femenino (sumisión, afectividad,
sensibilidad), que casi nunca se indican en las defniciones del liderazgo
(Morales & Cuadrado, 2011). Las investigaciones de Schein (2001) revela-
ron que las características y comportamientos con los que se describe a
personas que ocupan un puesto directivo coinciden con las asignadas
a los varones, pero no con las asignadas a mujeres. Ese fenómeno de
asociación entre masculinidad y liderazgo exitoso se repite en países
tan diversos como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Australia,
China, España, Japón, India y Turquía. En ocasiones, hasta las propias
mujeres describen y tipifcan masculinamente los puestos directivos de
éxito (Cuadrado, 2004).
Los estereotipos son creencias generalizadas y socialmente compar-
tidas acerca de los atributos de las personas que conforman un deter-
minado grupo social. Cuando se referen a las características atribui-
das a varones y mujeres, se los denomina estereotipos de género. Están
conformados por dos dimensiones: una descriptiva y otra prescriptiva
(Burgess & Borgida, 1999). La dimensión descriptiva se refere a las ca-
racterísticas que se atribuye que poseen varones y mujeres. Por ejem-
plo, el componente descriptivo del estereotipo femenino incluye las ca-
racterísticas de que las mujeres son débiles, afectuosas, comprensivas,
maternales, emocionales, sensibles a las necesidades de los otros, preo-
cupadas por el mantenimiento de la cohesión grupal (Cuadrado, 2007;
Silván, Cuadrado & Sáez, 2009). La dimensión prescriptiva se deriva de
la descriptiva, e indica cómo deben ser y comportarse varones y muje-
res, lo deseable para cada género. Por ejemplo, el estereotipo femenino
prescribe que las mujeres deben tener habilidades interpersonales, ser
pasivas y cooperativas, amantes de los niños, sensibles y complacien-
tes (Prentice & Carranza, 2002). Esa expectativa deriva de la creencia
descriptiva de que las mujeres son cálidas, afectivas y comprensivas
(Cuadrado, 2007).
Los estereotipos dan lugar a dos tipos de actitudes negativas hacia
las mujeres líderes: o bien se considera que no están preparadas para
el liderazgo; o bien, cuando una mujer es competente en una posición
de liderazgo, con frecuencia es desaprobada o rechazada personal y
socialmente, dado que con su comportamiento desafía las creencias
prescriptivas de lo que es una conducta deseable en el género femeni-
no (Cuadrado, 2007). La consecuencia es que las mujeres encuentran
difcultades adicionales a las que enfrentan los varones para ser perci-
bidas de modo positivo cuando lideran, como así también un entorno
más hostil para el desarrollo del liderazgo femenino. La “Teoría de
la congruencia de rol del prejuicio hacia líderes femeninos” (Eagly &
Karau, 2002), inicialmente desarrollada para el ámbito de las organi-
zaciones, encuentra aplicación en el ámbito político (Morales & Cua-
drado, 2011). Argumenta que la causa de las actitudes menos favorables
hacia las mujeres líderes en comparación con los varones líderes, así
como de los mayores obstáculos que enfrentan y de su consecuente
menor acceso a puestos de liderazgo, se debe a que la dimensión des-
criptiva del estereotipo de género femenino (creencias acerca de có-
mo son las mujeres) es inconsistente con las creencias mantenidas so-
cialmente acerca de la conducta femenina deseable en la dimensión
prescriptiva (cómo  deberían comportarse  las mujeres). Cuando existe
alguna ambigüedad respecto de la competencia de una mujer en ejer-
cicio de liderazgo, es muy posible que sea considerada incompetente;
mientras que cuando su competencia es incuestionable, es probable
que sea rechazada socialmente (Cuadrado, 2011). En el terreno de la ac-
tividad política, se produce una suerte de extensión de lo que sucede
en el ámbito organizacional y hasta se acentúa la pugna entre lo públi-
co y lo privado con relación a las mujeres (D’Adamo, García, Ferrari &
Slavinsky, 2008, p. 93).
A lo largo de estas páginas, en primer lugar, se analiza el papel de los
medios de comunicación de masas en la construcción y mantenimien-
to de esos estereotipos sociales femeninos. Asimismo, se discute su in-
fuencia en la percepción pública predominante acerca de las mujeres.
Se verá que, a pesar de los avances y cambios que han tenido lugar a lo
largo del tiempo y de la historia a favor de la situación de las mujeres en
la sociedad, aún actualmente, en la segunda década del siglo XXI, sobre-
viven muchos de los más clásicos estereotipos de género, y que ellos son
sostenidos tanto por los varones como por las propias mujeres. Adicio-
nalmente, se exponen dos problemas que suelen enfrentar las mujeres
que ocupan posiciones de liderazgo: el problema de la confabilidad, y el
problema del denominado “precipicio de cristal”. Finalmente, se discute
y propone la táctica de reencuadre de la comunicación política como
una vía que permite poner en evidencia los estereotipos de género y con-
tribuir al proceso de cambio social.

¿Qué estereotipos de las mujeres transmiten y refuerzan los medios de comunicación y 
cuáles son sus consecuencias sociales?

En el marco de la Teoría del Cultivo, George Gerbner y su equipo de colaboradores (Gerbner, Gross, Morgan & Signorielli, 1990, 1996; Gerbner, Gross, Morgan, Signorielli & Shanahan, 2002) implementaron hacia finales de la década de 1960 el Proyecto Indicadores Culturales, que se
desarrolló durante 25 años en la Annenberg School for Communication de la Universidad de Pennsylvania, EE.UU. En su marco, se analizó a la televisión entendida como un sistema centralizado para narrar historias, cuyos dramas, programas informativos y publicidades forman un
sistema coherente de imágenes y mensajes que penetran en los hogares.
El proyecto documentó las principales características de los contenidos televisivos y el modo en que ellos afectan las creencias y valores de los televidentes asiduos.

Una de las hipótesis en torno a las cuales se articula el Proyecto Indicadores Culturales postula que el mundo que muestra la Tv distorsiona los datos de la realidad social. Lo que vemos en televisión no es refejo de la realidad, sino que ese “referente televisado” es sustancialmente diferente al “referente objetivo” de las estadísticas del mundo real. La hipótesis se sometió a prueba mediante una línea de investigación denominada “Análisis del sistema de mensajes”. Entre 1967 y 1991, con frecuencia anual, se registró una muestra semanal de los programas de Tv en horario central de máxima audiencia (prime time) de toda la red de canales de Estados Unidos. Los materiales grabados no fueron clasifcados por tipo de mensaje, sino que publicidades, noticieros, series, películas, programas deportivos, realidad y fcción, se consideraron como un conjunto porque se concibe a la Tv como un sistema de mensajes complementarios y coherentes. El metaanálisis de los resultados de los 25 años de investigación arroja que la programación de Tv sistemáticamente presenta una imagen sesgada y distorsionada de la realidad social, con patrones frecuentes y repetitivos (Signorielli, 1986).

Específcamente, en lo concerniente a los roles de género, los hallazgos son muy signifcativos. Para comenzar, a pesar de que en el mundo real hay más mujeres que varones, en la demografía de horario de máxima audiencia de la televisión hay tres varones protagonistas por cada mujer. Esa tendencia alcanza hasta a los dibujos animados, incluyendo animales (Morgan, 2002, p. 355). Además, cuando se trata de roles de género, las mujeres en la televisión son objeto de narraciones llamativamente convencionales, tanto en los papeles que desempeñan como en sus características de personalidad.
La programación televisiva hace énfasis más en la vida privada y romántica de las mujeres que en su vida pública o profesional. No es el caso de los varones. Por ejemplo, se desconoce el estado civil de más de dos tercios de los varones que vemos en televisión, pero se sabe si están casadas o no más del 50% de las mujeres. Esto resulta en la anomalía de que casi la mitad de todos los personajes casados son mujeres, aunque en horario central las mujeres constituyen solo un tercio de los elencos
Si bien es cierto que en las últimas décadas ha aumentado la variedad de ocupaciones y los papeles profesionales para las mujeres en la Tv, también lo es que las mujeres tienen casi el doble de probabilidad de interpretar el papel de esposas en comparación con las veces que los varones
representan el de maridos (Greenberg & Collette, 1997). Pero además, con referencia al matrimonio, la televisión es altamente moralizante con el género femenino. En Tv se muestra indirectamente que el matrimonio daña a los hombres y es benefcioso para las mujeres. Los varones tienen
mayor probabilidad de tener éxito (en el marco de esta investigación se defne al éxito como el logro de los objetivos propuestos y al fracaso como no lograrlos) si son solteros: los hombres solteros fracasan 32 veces y los casados 45 por cada 100 que tienen éxito. En cambio, las mujeres
tienen más probabilidades de ser exitosas si están casadas: la proporción de fracasos es 29 si están casadas y 42 si son solteras cada 100 éxitos (Morgan, 2002, pp. 371-376).
Cuando una mujer logra salir de los roles que la encasillan en la vida
privada y consigue interpretar un papel profesional o directivo, son estadísticamente signifcativos los casos en los que la trama muestra que tiene deterioros éticos o emocionales (mala, trepadora, inescrupulosa, etc.). En cuanto a los rasgos de personalidad típicos para cada género, a
los hombres se les adjudica el talento, la racionalidad, la estabilidad y el poder; mientras que a las mujeres el atractivo, la ternura y la pasividad.
Si la variable es la edad, cuando las mujeres son mayores se las caracteriza como asexuadas. Las mujeres que aparecen en la televisión tienden a concentrarse en los grupos más jóvenes de edad. Pero “envejecen más rápido” que los varones. Esto signifca que los personajes maduros femeninos tienen más probabilidades de ser puestos a interpretar roles de personas “más mayores” en comparación con los personajes masculinos que tienen la misma edad. Las mujeres, a partir de la mediana edad, son
retratadas como improductivas y pasivas, salvo los casos en que desem-
peñan papeles asociados con actividades criminales. Las mujeres mayo-
res interpretan personajes malvados más que buenos en una proporción
de 6 a 1 en comparación con las mujeres jóvenes o con los hombres ma-
yores (Morgan, 2002).
En síntesis, los varones tienen un mayor espacio en la Tv, aparecen con más frecuencia en los papeles protagónicos, exhiben actitudes y comportamientos dominantes y suelen ser representados fuera del hogar, en su lugar de trabajo, ejerciendo roles de autoridad que desempeñan
exitosamente (Herrett-Skjellum & Allen, 1996). Con las mujeres sucede todo lo contrario.
Por su parte, los hallazgos empíricos corroboran que cuanto más un individuo se expone a la Tv, más se parece su visión de la realidad social y política al referente televisado que al referente objetivo de las estadísticas: los resultados del Proyecto Indicadores Culturales muestran que, manteniendo constantes todas las variables (edad, género, estatus socioeconómico, etc.) menos la cantidad de horas diarias de exposición a la televisión, quienes ven más de cuatro horas por día sostienen prejuicios y concepciones estereotipadas de los géneros, coincidentes con las narraciones televisivas. Por ejemplo, creen que las mujeres son personas con intereses y capacidades mucho más limitados que los varones; y sostienen nociones tales como “las mujeres son más felices cuando se
quedan en casa cuidando de sus hijos” y “los hombres nacen con más
ambición que las mujeres” (Morgan, 2002).
Los estereotipos tradicionales de género construidos socialmente y
mantenidos por los medios de comunicación no son cuestión del pasa-
do. En un reciente sondeo que realizamos en el Centro de Opinión Públi-
ca de la Universidad de Belgrano, encontramos que continúan vigentes
y resistentes al cambio. El 90% de los participantes del sondeo declaró
que prefere viajar en un avión pilotado por un varón y no por una mujer . El 96% tendría más confanza en un ingeniero varón antes que en una ingeniera mujer. El 76% prefere que los policías sean varones. El 98% no duda que preferiría contratar a una mujer y no a un varón para que cuidara a sus hijos. Leídos en conjunto, los resultados indican que cuando las tareas implican cuestiones de cál-
culo o mecánica, tales como la ingeniería o pilotar un avión, la preferencia por los hombres para que las realicen es abrumadora. Asimismo, las labores relacionadas con la violencia se asocian con el estereotipo masculino (por ejemplo, hacer cumplir la ley y el orden), del mismo modo
que el cuidado de niños se considera propio del género femenino. Cabe destacar que esos estereotipos son mantenidos no solo por los hombres sino también por las propias mujeres: el 83% de las entrevistadas de género femenino respondió que prefere volar en un avión pilotado por un
varón y el 85% manifestó que prefere que los policías sean varones, lo cual sobrepasa ampliamente a los participantes de la encuesta de género masculino, que declararon esa preferencia en el 67%
de los casos, es decir, también de modo mayoritario tienen preferencia por los policías varones, pero en un porcentaje inferior al de la respuesta femenina. En los otros ítems comentados no se hallaron diferencias en las respuestas de ambos géneros.

Que las percepciones de las propias mujeres acerca de su género se encuentren dominadas por fuertes estereotipos explica, en parte, la existencia del fenómeno denominado cement ceiling (‘techo de cemento’). Así como la noción de techo de cristal o glass ceiling se utiliza para describir
el fenómeno de la barrera invisible que frena el acceso de las mujeres a los altos puestos directivos, con la noción de techo de cemento se alude a que, en ocasiones, las mujeres se autoexcluyen de ciertos puestos, trabajos o posiciones de liderazgo. Se trata de una barrera autoimpuesta
por las propias mujeres, por ejemplo, cuando deciden no competir por una promoción previendo las difcultades que encontrarán en el nuevo puesto si lo consiguen, o porque temen no poder conciliar la vida laboral y privada y creen que si ascienden tendrían que pagar altos costos
familiares y personales (Cuadrado, 2011). Es evidente que, aun cuando autoimpuesta, esta barrera está relacionada con la existencia de prácticas y discursos sociales que sostienen y promueven autorrestricciones y comportamientos de esas características.

El problema de la confabilidad en las mujeres líderes

En las últimas dos décadas mucho se ha logrado en el tema de la igualdad de género. Ha aumentado la cantidad de mujeres al frente del poder ejecutivo de sus países, como así también la representación femenina en el poder legislativo. Se ha incrementado el acceso de las mujeres
al mundo público y su participación en el mercado laboral, así como su presencia en las aulas universitarias y entre las flas de los graduados universitarios. Sin embargo, si bien algunas dimensiones en la percepción de las líderes femeninas parecen haber mejorado, el problema de la
falta de confanza en las mujeres exitosas no se resuelve. Y no es un problema menor si se desea romper con el estereotipo negativo.
En el mismo sondeo de opinión al que se hizo referencia en el apartado anterior, aunque en comparación con las mujeres el doble de los varones opina que cuando las mujeres ocupan posiciones de poder son menos confiables que los hombres que las ejercen, no deja de sorprender que esa sea también la opinión de casi la mitad de las mujeres encuestadas. Curiosamente, la confiabilidad no se relacionaría con una dimensión como la ética, dado que casi la totalidad de las
mujeres y el 40% de la muestra masculina encuentran que el género femenino se comporta de modo más ético que el masculino cuando ocupa posiciones de poder. Finalmente, si bien son muchos más los hombres que preferen tener un jefe varón, casi la mitad de las propias mujeres mantiene la misma creencia.